En el artículo de The Economist ‘The “free” economy comes at a cost’ [1] hablan de un efecto llamado la «paradoja de la privacidad». Brevemente explicado, describe nuestro comportamiento a la hora de proteger nuestros datos que, en líneas generales, cuando nos preguntan sobre nuestra preocupación al respecto esta es elevada. Sin embargo, cuando el producto o servicio para el que nos solicitan nuestros datos es gratuito entonces esa preocupación prácticamente desaparece. No es ningún enrevesado mecanismo de comportamiento, simplemente nuestra condición humana es así.
Existen estudios sociales en el que comprueban este hecho. En uno de ellos, por ejemplo, el 40 % de los participantes compraron un bizcocho y dos galletas por 75 céntimos, pero el 73 % picó cuando se anunció el bizcocho por 75 céntimos, y las dos galletas se añadieron «gratis» [2]. Hay un libro que profundiza en este tipo de comportamiento, ‘Las Trampas del Deseo’ de Dan Ariely. Y cuenta que no sólo ocurre con lo gratis sino también con lo barato.
El origen de ello se encuentra en el uso del tipo de pensamiento 1. Según Daniel Kahneman, Premio Nobel de Economía [3], tenemos dos tipos de pensamiento:
– de tipo 1, rápido, instintivo y emocional
– de tipo 2, lento y más deliberativo y lógico.
Cada uno nos es útil según las circunstancias en las que nos desenvolvemos, como cuando estamos en peligro inminente que lo mejor es el pensamiento de tipo 1. En el ejemplo que hemos mencionado, sobre la privacidad de nuestros datos, la reacción de la gente es de pensamiento de tipo 1 cuando le ofrecen algo gratis, pero cuando se les pregunta sobre cómo se comportarían lo hacen desde el tipo 2 ya que se nos está invitando a la reflexión.
Obviamente, a lo que llegamos es que el consumo actual está cimentado, generalmente, en el pensamiento de tipo 1. Quizás tal estado de cosas no tiene importancia en nuestra rutina de vida, pero si nos paramos a pensar y usamos el tipo 2 entonces aparecen una serie de cuestiones que de darles respuesta y ser congruentes con ellas cambiaría totalmente nuestro comportamiento como consumidor:
– ¿Que residuos deja mi consumo? ¿Se degrada? ¿Qué problemas genera si no?
– ¿Afecta a otras personas mi consumo? NO sólo positivamente en cuanto a beneficio que genera sino negativamente en cuanto a efectos en su entorno.
– ¿Realmente lo necesito? Y si es un capricho ¿Realmente me hará sentir satisfecho?
– ¿Cómo revisaría el precio que estoy dispuesto a pagar según la respuesta a estar preguntas?
– …
No se trata de cambiar radicalmente nuestro comportamiento valorativo sino entender que nuestras acciones no son aisladas y que repercuten en muchas áreas y a simple vista pasa desapercibido.
Hace ya décadas decidí ser consecuente con mis valores y me pasé al consumo de productos ecológicos. Aunque en un primer momento el coste me resultaba elevado, dado que una de las bases de los productos ecológicos es que se compran concentrados al final el costo por uso resulta incluso más barato que consumir otros productos de mercado. Otra experiencia que he tenido es que cuando voy a la casa de otros que no usan los mismos productos rápidamente percibo un olor a químico desagradable que me tuerce el gesto. Sin embargo, los que habitan esa casa están acostumbrado a ello y no lo perciben. Peor es si ahondamos más en el problema vemos noticias como esta
Los Productos de limpieza también contaminan el hogar
Un estudio de la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos alerta que el exceso de productos de limpieza o aseo utilizados en casa pueden generar más contaminación que la que hay en la calle.
Es cierto que cuando tratamos con valoración en dinero entonces empleamos las normas del mercado. Pero si partimos de un argumento de cooperación en una causa entonces la valoración económica cambia a un segundo plano.
En mi ánimo está invitaros a que os informéis debidamente sobre el asunto. Esto forma parte del proceso de transformación hacia ser consumidor consciente.
[2] J. M. Burger. «Increasing Compliance by Improving the Deal: The That’s Not All Technique». Journal of Personality and Social Psychology, n° 51, 1986. Páginas 277-283. Fuente: 59 segundos de Richard Wiseman.
[3] Realmente el Premio Nobel de Economía no existe. Se trata del Premio en Ciencias Económicas en memoria de Alfred Nobel y lo patrocina el Banco de Suecia.
Consumo consciente. Sí señor. Cuando empiezas a usar productos ecológicos y tu consciencia desperta, percibes la importancia que cada uno ponga su grano de arena.
Y las ‘Ciencias Economicas’ como las ‘Politicas’ o ‘Sociales’ tampoco existen en sentido estricto según mi entender, pues los estudios empiricos que se hacen sobre aspectos dónde intervienen decisiones humanas poco tienen de ‘cientificos’ por muy extendida que esté la palabreja.