Seguro que alguno de nosotros hemos oído alguna vez la discusión acerca de qué colonización fue más sangrienta, si la española en Centroamérica y Sudamérica o la inglesa en Norteamérica. Tenemos, por un lado, apoyados en parte en la leyenda negra de España, fake news de aquellos tiempos que tuvo gran éxito en Europa, los que defienden que España fue extremadamente cruel. Por otro, tenemos los que opinan que la acción de los ingleses fue de exterminio de los pueblos existentes y, como tal, más cruel que la de los españoles. ¿Cuántas veces hemos compartido, víctimas o cómplices, este discurso?
A mí las dos opciones me resultan terribles y no encuentro ni siquiera una manera de valorarlas comparativamente. Las dos suenan atroces.
Sin embargo, hay un punto de vista más genérico en cuanto a nuestra naturaleza de homo sapiens. Jared Diamond cita en su libro Sociedades Comparadas el trabajo de los economistas Daron Acemoglu, Simon Johnson y James Robinson. Básicamente explican que el comportamiento que tuvimos unos y otros no vino determinado de forma genérica por nuestros orígenes nacionales. Mencionan las distintas circunstancias que nos encontramos unos y otros.
España accedió a territorios con enfermedades tropicales que dificultaron su asentamiento. Pero en esos territorios si había una densa población indígena que utilizar para explotar los enormes recursos naturales de esas zonas. Sin embargo, los ingleses accedieron a territorios templados y salubres para asentarse en ellos y expandirse. Y los recursos naturales eran escasos, así como los indígenas que allí habitaban. Por lo que, mientras los españoles pujaban por la extracción de recursos, los ingleses se dedicaron a expandirse y adquirir territorio. Para unos los nativos eran necesarios, para otros eran un problema.
Lo que da a entender es que si los españoles hubiésemos accedido al territorio de Norteamérica tal como accedieron los ingleses nuestro comportamiento hubiera sido muy semejante al de los ingleses y viceversa. Y aunque el análisis a posteriori es fácil de ser sesgado, este punto de vista nos da la visión de que los humanos somos muy parecidos y que las distintas nacionalidades no tienen tanto que ver en nuestra manera de comportarnos.
Este enfoque facilita una mayor tolerancia y comprensión, un reconocimiento más profundo de nuestra naturaleza y, tal vez, una visión común que ayude a seguir desarrollando la globalización social que el mundo necesita.