Miguel Carrero
Un debate que se está teniendo estos días, medio a la sombra por la urgencia del momento, es qué lecciones vamos a aprender con esta crisis. Siempre hay grandes palabras y discursos, pero al final lo que cambian las cosas son las acciones concretas que tomamos. Aunque tengo que reconocer que le doy pocas opciones al cambio real que necesitamos como civilización, al menos tengo aún la esperanza de que algunas de las ideas lanzadas germinen en algunas mentes y los ideólogos pongan en marcha un futuro distinto al que los datos tristemente apuntan.
Al final son las ideas las que nos mueven y sólo cuando consiguen conectar con nuestras emociones. Y no considero que las ideas sean irrealizables, muchas son posibles de llevar a la práctica. Lo que si difieren son los resultados de su aplicación, porque la realidad es muy compleja y los acontecimientos no tienen una sola causa sino varias y hay una gran interrelación de individuos y sistemas, y en la planificación casi siempre no se puede tener en cuenta todo.
La mejor muestra la tenemos en justo lo que nos está pasando, sistemas económicos que nos parecían robustos resulta que lo único que eran son rentables y no para todos los implicados. Sólo un par de semanas de pararlos para que todo parezca venirse abajo, empresas que cierran, cientos de miles de parados y no sólo en España sino en todo el mundo. ¿Realmente tenemos que seguir confiando en un sistema así que ante un problema de esta envergadura se viene abajo? ¿Sería sensato pensar en reformularle o hacer otro distinto capaz de soportar estos envites?
A lo mejor, de una vez por todas, lo que hay que empezar revisando son los principios con los que nos desenvolvemos, que somos una comunidad de iguales, y de ahí partir de valores como que lo importante es el bienestar de todos. Porque lo que demuestran los sistemas económicos actuales, ahora y siempre, es que no se pueden definir así, no benefician al conjunto social, siempre quedan personas en los márgenes. ¿De verdad somos capaces de defender que para que el sistema actual funcione tiene que seguir habiendo pobres?
Y por supuesto recolocar las prioridades para que el conjunto de sistemas funcione no sólo para el corto plazo sino para el largo plazo. Por ejemplo, expertos científicos nos dicen que es la destrucción de los ecosistemas el primer paso hacia las pandemias.
Ante tales datos, se podría priorizar, por delante de poder comprarse un bote de crema de chocolate, merendar una pera. Dañaríamos menos el medio y, como todo está relacionado, tendríamos mejor salud. Pero si seguimos creyendo que actos como este es restarnos libertades (parte de una ideología simplista) sólo por dar sentido a nuestra búsqueda de placer entonces no entenderemos que la otra elección, la de la pera, responde a un espíritu mucho más libre y democrático porque no sólo responde a ,por ejemplo, tener buena salud, sino al medio plazo de parar una pandemia o el largo plazo de tener un medio natural que al fin de todo es el escenario que como seres vivos necesitamos para subsistir.
Y a nivel individual, personalmente tenemos también que analizar qué acciones debemos tomar para estar más seguros en el futuro. El hundimiento generalizado tiene mucho que ver con la falta de previsión, claro que quien iba a prever esto pero ¿no sería distinto si estuviéramos preparados de otro modo? Aún reconociendo la dificultad que existe hoy en día, debido sobre todo al sistema que nos facilita el camino al consumo y por otro lado nos impone la carestía, el ahorro sería otro pilar más de los muchos que tenemos que revisar. El esfuerzo es importante, lo reconozco, pero es otro ejercicio para practicar si queremos estar mejor preparados la próxima crisis.
Claro que el ahorro no tiene que venir sólo de un menor gasto, el aumento de los ingresos y la diversificación de fuentes de estos ha de ser tenido en cuenta como alternativa, hoy más que nunca cuando ya llevamos más de una década recibiendo información en cuanto a la capacidad de emprender en un entorno histórico distinto.
Es obvio que esto exige salir de nuestro papel de consumidor pasivo. Lo considero una opción, enriquecedora no sólo a nivel económico sino a muchas otras caras del prisma: creatividad, relaciones, esperanza, ilusión. Y hoy disfrutamos de opciones como la economía colaborativa que facilita esta vía.