¿No tenéis la sensación a veces que la vida es un puente colgante, que hay que cruzar traviesa a traviesa y que cada una es un problema?. Pero afrontarlos e ir resolviéndolos va marcando nuestra existencia, nos “construimos” de este modo. Evitar los problemas nos genera, paradójicamente, otro problema mayor: el de una vida anodina y con dificultades continuas e inesperadas.
La forma en que tratamos los problemas es tomando una serie de acciones que nos van acercando a su resolución. Y viene definida no ya porque haya muchos métodos sino porque son, como define el economista E.F. Schumacher en su libro “Guía para los perplejos”, problemas convergentes: las distintas acciones que tomamos los van resolviendo por partes y “convergemos” a una solución.
Sin embargo, hay otro tipo de problemas en los que no resulta tan simple (que no sencillo) encontrar una solución. Ocurre cuando se contraponen por ejemplo los intereses particulares de dos o más partes. Cualquier tipo de acción encaminada a buscar una solución encuentra el rechazo de algún afectado porque le perjudica en algo, aunque a otros les beneficie. Planteamos soluciones que nos resultan lógicas pero lo que provocan es que el problema se complique aún más, es decir es un problema divergente. Por ejemplo: el adolescente quiere más libertad, llegar más tarde, usar el tiempo como quiera; el padre considera que es preciso aplicar más disciplina, mayor control y, para rizar el rizo, que el hijo lo acepte sin reparos.
Curiosamente en estos casos los problemas no tienen solución o no tienen por qué tenerla. En el caso del conflicto familiar que he usado como ejemplo, se puede pactar una convivencia o incluso imponer unas normas. Pero el conflicto seguirá latente porque se trata de dos naturalezas y reales. Entonces el proceso pasa no por resolver el problema sino por superarlo.
¿Y cómo se superan los problemas divergentes?. El único modo es movilizar nuestras capacidades de orden superior promovidas por la autoconciencia. Es decir, percibiendo la naturaleza del problema y analizándolo podemos mirarlo desde una perspectiva de convivencia de las dos realidades por medio de la comprensión y el afecto activo. El ansia de libertad del adolescente seguirá pujando por rebelarse. El padre aún tenderá hacia el control. Pero siendo conscientes de ello y reconociéndose como individuos, desarrollando la comprensión y entendiendo el afecto que hay entre ellos, es del todo posible la convivencia y el desarrollo como individuos.
¿Es fácil llegar a este tipo de situaciones?. Creo que la pregunta no es adecuada. La dificultad o no del proceso no debería ser una escala de medida para valorar su conveniencia. La pregunta precisa sería ¿es posible?. Y aún más comprometida ¿es necesario?. Si es posible, hay muchos ejemplos que podemos encontrar. Y si es necesario, ya que en la esencia de la convivencia está el beneficio común. Entonces la dificultad del proceso se asume como parte de su propia naturaleza, como esos pasos que damos al cruzar el puente. No ya dejando atrás cosas hechas sino avanzando hacia un mejor yo.
Amor y aceptación para afrontar lo que llamamos problemas y que acabarán, desde esta óptica, por no ser tales. Conocernos y comprendernos para valorar a nosotros y nuestro entorno. La diversidad genera estas divergencias y nos construye, sepamos valorarlas!! Bravo por darle al botón de pensar!
Totalmente posible y obligatoriamente necesario para un desarrollo personal más eficaz y exitoso.
A otro nivel, en una dimensión social a gran escala, podríamos ver el ejemplo siguiente:
Libertad Igualdad Fraternidad
En cuanto al comportamiento de los individuos a nivel social, dos corrientes “extremo” son aquellos que prefieren la libertad de actuación como individuos y los que ven con mejores ojos lograr la igualdad como sistema de protección.
Ambas posturas tienen una explicación lógica y pueden ser razonadas en función de su rentabilidad social. Sin embargo, aplicar sólo la libertad puede llevar a una sociedad al caos, mientras que aplicar sólo la igualdad nos puede llevar al inmovilismo completo.
Así que lo ideal es que ambas opciones pudieran coexistir. Desde el poder político se pueden emanar normas que definan el equilibrio, pero en el fondo sería una especie de manipulación y la naturaleza del conflicto seguiría activa.
El modo de superar el problema sería a través de la fraternidad entre los individuos que componen la sociedad, el desarrollo de la comprensión mutua de cada una de las posturas y orientar los esfuerzos para que ambas puedan desarrollarse en el futuro.