En la publicación Investigación y Ciencia de octubre de 2016 aparece un artículo titulado “La era de la (des)información” en el que se habla del problema de las informaciones infundadas o falsas, y hace referencia a que en 2013 el Foro Económico Mundial catalogaba este asunto como una de las cuestiones más peligrosas para la sociedad. El acceso a la información se ha democratizado en los últimos años y cualquiera tiene la posibilidad de buscar entre un volumen inmenso de textos y cifras que Internet nos facilita. Sin embargo, lo que ocurre es que la mayor parte de las veces tomamos esa información sin filtrar y se produce lo que se llama el sesgo de confirmación que supone que tomamos como información veraz todo aquello que nos agrada y que confirma lo que ya creemos, ignorando el resto.
Pero un segundo efecto observado es la aparición de las cajas de resonancia, las personas que comparten las mismas creencias y, por tanto, la misma información (sea cierta o no) terminan formando grupos que tienden a retroalimentarse y a ignorar al resto, propiciado por la actual facilidad de comunicación entre personas y la creación de comunidades virtuales. Lo normal es que cualquier intento de pasar información contraria a esos grupos lo que termina provocando es reforzar las opiniones de sus miembros, que también es fruto de la naturaleza humana: nuestra necesidad de pertenencia, de ser valorados y tratados como iguales.
Uno de los ejemplos más recientes que podemos ver es el de las vacunas. Existe en algunos grupos la creencia de que éstas provocan autismo en los niños. Pues bien, es un bulo que nació con la publicación de unos estudios que posteriormente se desmintieron por el British Medical Journal (1).
Otro ejemplo lo tenemos con el aluminio como componente de los desodorantes. Circula la información, desde hace muchos años, que ese componente provoca cáncer. Sin embargo, en la mayor base de datos de estudios científicos del mundo Pubmed (2) no recoge ni una sola evidencia de ello. Sin embargo, sigue teniendo su repercusión social y mediática, por no hablar de los fabricantes que se ven forzados a retirar el componente de sus productos. Es interesante esta entrada (3).
Max Tegmark, en una brillante entrada del blog Edge (4), menciona como el mejor concepto científico que mejoraría nuestras herramientas cognitivas es el desarrollo de un estilo de vida científico. Este estilo de vida exige una recogida de la información y su uso posterior, proceso que puede verse perjudicado, entre otros motivos, por los dos hechos que ya hemos mencionado: el sesgo de confirmación y la caja de resonancia. Menciona que el elemento primordial en el proceso consiste en estar dispuesto a cambiar de opinión y en hacerlo cuando nos encontramos ante una información que contradice nuestro punto de vista sobre un tema.
¿Estarías dispuesto a pasar la criba del proceso científico para cualquier creencia que tengas?. Te animo a que hagas el ejercicio de elegir una de esas creencias, ponerte en disposición de poder cambiar de opinión (lo que algunos llaman “vaciar la taza”) y buscar la información veraz que confirma o desmiente tu creencia, te aseguro que mejorará tu salud mental y vivirás más tranquilo, aunque la verdad te apabulle.
Totalmente cierto. Tenemos la (des)información constantemente sonando en los oídos y gente desinformada diciendo cosas que no tienen ni idea, pero como las han oido..pues eso, a compartir. Eso infelizmente pasa mucho, y mentiroso aquél que diga que jamás ha pasado una Información a alguien sin estar seguro si era cierta o no. Lo bueno de todo eso es que puedes ver dónde fallas, las veces que te hayas equivocado y retificar todo lo dicho. Primer paso para esto, en mi humilde opinión, la AUTORESPONSABILIDAD, una vez reconocido los fallos, es entonces cuando empiezas a hacer las cosas con más exactitud.
Enhorabuena por la entrada!
Espero que empiece a extenderse ese concepto de desinformación que nos hace estar incluso más ciegos que hace unos años!
En mi opinión ese pensamiento científico es muy complicado de alcanzar porque se basa en la crítica constante. La crítica ajena pero también propia, para corregirse y evolucionar hacia nuestra mejor versión.
Y por mucho que nos engañemos autocríticarnos no nos gusta. Pero nadie dijo que fuera fácil salir del confort y dejar de conformarse!