En defensa del optimismo

¿Cuántas veces habremos oído que “hay que ser optimistas”? Incluso puede haberte ocurrido, como a mí en alguna ocasión, que me ha generado cierto rechazo la idea, como si estuviera cómodo en mis lúgubres pensamientos.

Y seguro que lo hemos intentado, y enfocamos en esos pensamientos positivos que nos llevan a imaginar un futuro mejor… pero nada pasa con el paso de los días.

¿Cuál es el problema? Pues que las emociones, como en la que nos coloca el pensar de forma optimista, son simplemente una preparación, un punto de partida para poder hacer mejor lo que tenemos que hacer. El optimismo en sí es sólo eso, un estado mental. Lo que cuenta es lo que hacemos después con ello.

Si buscas una de las posibles traducciones del optimismo al inglés, tienes la palabra hopefulness. Si miramos su composición es como decir que estás esperanzado. Ese es el estado en el que te coloca el optimismo.

En esta entrada anterior mencionábamos ese estado mental como la tentación de la cobardía. Es decir, si no vamos más allá entonces quizás nos sintamos bien, pero de nada sirve. Si no hay acción es como algo que queda a medias.

Bien es cierto que en si mismo ese estado, ya de entrada, mejora nuestra salud, como podemos ver en este enlace. Pero tenemos los estudios de Philip Zimbardo sobre la psicología del tiempo en su libro “La paradoja del tiempo” y brevemente en este vídeo

Explica que si enfocamos nuestra atención en el futuro entonces sopesamos los pros y los contras en busca de un futuro mejor o mejores condiciones (creo que casi nadie desea un peor futuro). Es decir, pensar con optimismo nos hace actuar en línea a conseguir esa mejor vida.

Además, Tali Sharot, de la University College of London, ha descubierto en nuestro comportamiento como seres humanos una serie de sesgos de percepción. Básicamente nos habla de tres: nos creemos en general mejor que la media, creemos que nuestras decisiones son fruto de una deliberación mental (que realmente funcionamos tomando una decisión mucho más a la ligera y luego el cerebro se dedica a justificarlo) y, por último, normalmente creemos que nos va a ir bien, lo que nos hace asumir riesgos e intentar cosas difíciles que, como resultado, nos hacen progresar.

 

Es decir, somos optimistas por naturaleza. Y este es uno de los motivos que, como especie, hemos llegado al nivel de desarrollo en el que estamos.

Aunque también podemos considerar el optimismo como un posicionamiento moral, como veíamos aquí. Pensar en un mundo mejor y actuar en consecuencia; ¿hay otro modo, tal vez, de solventar los problemas que tenemos y tener un futuro como civilización?

 

Miguel
5 de enero de 2018

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